Un consorcio europeo con participación gallega investiga un método para hacer retratos robot de sospechosos con el color de los ojos o del pelo, la edad o la altura a partir de un rastro
No hay crimen perfecto. Un pelo, restos de saliva en un cigarrillo, muestras de esperma en una prenda, un hilillo de sangre… Siempre queda alguna huella en el escenario del delito, una muestra de ADN que permita delatar al presunto culpable. Pero para descifrar el rompecabezas es necesario que las piezas encajen. Que los indicios genéticos hallados en el lugar donde se cometió la acción delictiva coincidan con alguno de los perfiles de la base de datos que maneja la policía. Y no siempre los supuestos criminales están registrados. ¿Qué hacer entonces? La genética forense también puede ofrecer la respuesta. ¿Cómo? Mediante un retrato robot con las características físicas y origen geográfico del sospechoso ofrecido a partir del estudio de las muestras biológicas dejadas en la escena del crimen.
Es, pese a lo que puedan indicar algunas series de televisión, algo que hoy en día aún no es factible, pero es un reto alcanzable y puede desarrollarse la tecnología necesaria para conseguirlo. Este es, precisamente, el objetivo del proyecto europeo Visage, financiado con 5 millones de euros con cargo al programa H2020 y en el que participan centros universitarios, grupos policiales e instituciones de Justicia de ocho países, entre ellos el Instituto de Ciencias Forenses de la Universidade de Santiago. El objetivo es determinar las características físicas de los supuestos culpables, como el color de los ojos, de la piel, del pelo, incluso si es rizado, liso o canoso, la altura, la edad y su ancestralidad, o, lo que es lo mismo, su origen geográfico.
«Será una herramienta que no se utilizará como prueba judicial, sino como una ayuda para la policía para orientar sus investigaciones», explica Ángel Carracedo, que coordinará el trabajo que se realizará en Galicia junto a María Victoria Lareu, la directora del instituto, y Christopher Phillips, que también trabaja en Santiago y que es el mayor experto mundial en determinar la ancestralidad a partir de muestras de ADN. El equipo gallego también es pionero en determinar la edad a partir de restos de sangre, una técnica que, gracias al proyecto, se quiere ampliar a otros tejidos.
En esta línea se pronuncia Manfred Kayser, de la Universidad de Róterdam y coordinador del consorcio. «Cuando en un delito no hay sospechoso -dice- no son válidos los métodos tradicionales de análisis de ADN, y describir las características visibles externas del individuo que cometió el delito a través del material hallado en la escena del crimen ayuda a la investigación policial».
Hoy en día se puede concretar con gran fiabilidad a partir del ADN el color de los ojos de una persona y, con alguna menos, el del pelo o el de la tez de la piel. Y también es posible identificar el origen geográfico, como demostró el grupo gallego en el 11 M con el análisis de una mochila y de varias prendas halladas después del atentado terrorista. A lo que se aspira ahora es a obtener una mayor fiabilidad de estos parámetros y a desvelar otras características físicas que ayuden a completar el retrato robot de los supuestos culpables. «En el caso de la ancestralidad no solo queremos llegar a decir si un individuo es norteafricano o europeo, sino ser más exactos aún e identificar, por ejemplo, si tiene ancestros suecos o españoles. Pero el gran objetivo es desarrollar una herramienta bioinformática que integre todos los parámetros y que nos dé una probabilidad sobre el aspecto físico del individuo», subraya Carracedo.
Falsos culpables
Del 11M al asesinato de Eva Blanco y la operación Minstead
Cuando el presunto asesino de la joven madrileña Eva Blanco cometió su crimen, el 20 de abril de 1997, nunca imaginó que acabaría detenido 18 años después por la muerte y violación de la joven. La policía investigó a más de 5.000 personas y puso el cerco a 1.000 sospechosos. Pero el culpable seguía sin aparecer. Y no lo hizo hasta que entró en acción el Instituto de Ciencias Forenses de la Universidade de Santiago. Había dejado restos de esperma en la víctima, aunque no había con quién cotejar los datos. Hasta que el equipo gallego determinó que su origen era magrebí. A partir de ahí empezaron a encajar las pistas que llevaron a la detención en Francia de Ahmed Chehl. Fue un caso de éxito de los forenses gallegos y de su prueba de ancestralidad. Aunque no había sido el primero. La técnica se estrenó en el atentado del 11 M en Madrid. El análisis de restos de una mochila determinó que el que la llevaba era un español, pero las otras prendas examinadas apuntaban a norteafricanos. La teoría oficial empezaba a desmoronarse. El mismo procedimiento y los mismos protagonistas también fueron decisivos para resolver la denominada operación Minstead, que puso en jaque durante años a Scotland Yard a la búsqueda de un violador en serie de ancianas del Reino Unido. Debray Grant pudo ser detenido gracias a que se determinó su origen caribeño.