- Pese a lo que muestran las series de televisión, las pruebas de ADN no siempre tienen la última palabra en una investigación criminal. Estas herramientas también tienen limitaciones y pueden malinterpretarse (CÓMIC: DAVID SÁNCHEZ)
Tras años de problemas con las drogas, Donny Denman desapareció sin dejar rastro de su casa de Albuquerque (Nuevo México, EEUU) en 2003. Su familia no tuvo ninguna noticia de su paradero hasta que, tres años después, se encontraron en el desierto cercano de West Mesa unos restos óseos envueltos en una chaqueta clavada a la que Donny solía llevar.
El caso parecía haberse resuelto de forma trágica. Sobre todo después de que los análisis genéticos confirmaran que el ADN mitocondrial de los huesos coincidía con el de los tres hermanos del desaparecido.
Hubo esquela, funeral y certificado de defunción. Sin embargo, el muerto estaba muy vivo. Y se enteró de la noticia de su fallecimiento por los periódicos viejos que un amigo acumulaba en su garaje.
En las series policiacas, las pruebas genéticas son infalibles, inequívocas, incontestables. Si el ADN habla significa que el crimen está resuelto. No hacen falta más evidencias ni más indicios, porque ese rastro personal e intransferible que todos dejamos se presenta como suficiente para dictar sentencia.
Esa visión CSI de la genética forense se ha trasladado al imaginario colectivo, que otorga al ADN las capacidades del mejor de los detectives. Pero la realidad, lamentablemente, dista mucho de parecerse a lo que vemos en televisión. Aunque la genética forense es una herramienta muy útil que puede ayudar a cazar al culpable y resolver muchos delitos, también tiene limitaciones, está sujeta a errores o sesgos y puede malinterpretarse.
Eso fue lo que ocurrió en el caso de Denman; hoy un ejemplo paradigmático de lo que no se debe hacer. “Nadie tuvo en cuenta que lo que se estaba analizando era ADN mitocondrial, que es mucho menos eficaz que el nuclear a la hora de identificar a una persona”, explica Lourdes Prieto, investigadora del grupo de Medicina Genómica de la Universidad de Santiago de Compostela.
Este ADN “se transmite en bloque de madres a hijos”, lo que hace que todos los descendientes de un linaje lo compartan, aclara. Por eso, es fácil que en una población pequeña y relativamente aislada, muchas personas tengan el mismo ADN mitocondrial. En el entorno de Denman, comprobaron después los investigadores, ese perfil era bastante común.
Este caso es una muestra palpable de que, pese a lo que muchos piensan, la genética forense no es una panacea, casi nunca da respuestas tajantes y debe manejarse acompañada de estimaciones estadísticas que muestren cuál es la solidez de las evidencias disponibles.
Más que para dar el veredicto, explican los expertos, la genética debe emplearse como un testigo muy particular que puede arrojar luz sobre lo ocurrido en una escena delictiva.
“Por sí solo, el ADN no resuelve los casos. Es un instrumento, pero nunca debe usarse como única evidencia, porque una coincidencia puede significar muchas cosas y no todas las pruebas aportan la misma información”, reflexiona la investigadora, una de las firmantes de la guía Interpretando la genética forense; un manual que precisamente pretende divulgar -sobre todo entre los profesionales del derecho y la judicatura- la realidad de los análisis genéticos, aclarando lo que pueden y no pueden aportar.
POR SÍ SOLO, EL ADN NO RESUELVE LOS CASOS. ES UN INSTRUMENTO, PERO NUNCA DEBE USARSE COMO ÚNICA EVIDENCIA
LOURDES PRIETO, INVESTIGADORA
“Supone un grave peligro otorgar indebidamente más importancia a la prueba de ADN que a otras evidencias”, señala la guía. Y, como ejemplo de este error, cita el caso de Adam Scott, acusado y detenido por violación en Manchester en 2011.
Scott fue arrestado después de que, en una de las muestras recogidas en los genitales de la víctima se hallara un perfil coincidente con el suyo. La semejanza era tal que el forense señaló que “la probabilidad de obtener un perfil coincidente de alguien no emparentado” era de “aproximadamente una entre mil millones”.
No había ninguna otra prueba contra el británico que, atónito, aseguraba que el día de los hechos se encontraba en Plymouth, a más de 300 kilómetros del lugar de la violación. Es más, juraba no haber estado nunca en Manchester.
Dos meses después de su detención, el seguimiento de su teléfono móvil corroboró la versión de Scott y condujo a una revisión del caso. Ese análisis posterior mostró que se había producido una contaminación accidental en el laboratorio que analizó las muestras. Y que, el día anterior a la violación, el mismo departamento había analizado una muestra de saliva de Scott, acusado de haber escupido a un policía en Exeter. De alguna manera, el mismo contenedor de plástico utilizado para estudiar su muestra volvió a emplearse en el caso de violación. Nunca se encontró al verdadero culpable.
“El ADN no puede ser la única prueba en la que se base una acusación. El contexto es fundamental”, subraya Antonio Alonso, especialista del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, secretario de la Comisión Nacional para el Uso Forense del ADN y otro de los firmantes de la guía, impulsada por la Red Europea de Excelencia de Genética Forense y la organización sin ánimo de lucro Sense about Science.
Que haya ADN de alguien en una escena de un crimen “puede no significar nada”, recuerda Alonso, porque “el ADN tiene múltiples mecanismos de transferencia”.
Por ejemplo, cuando le damos la mano a otra persona, recibimos su ADN y le damos el nuestro. “Se puede dar una transferencia indirecta y que mi información genética llegue a un lugar en el que nunca he estado”, aclara.
Por eso, es importante tener en cuenta otras evidencias y circunstancias como el origen de los perfiles hallados, la existencia de huellas, el testimonio de testigos, etc.
Olvidémonos, además, de esa escena cinematográfica en la que el forense encuentra un único vestigio de ADN y unos segundos después ya tiene al culpable en la pantalla de su ordenador. “Los resultados no son instantáneos; las muestras no son siempre perfectas y en muchas ocasiones no se obtiene una coincidencia”, señala la guía.
QUE HAYA ADN DE ALGUIEN EN LA ESCENA DE UN CRIMEN PUEDE NO SIGNIFICAR NADA
Pese a las limitaciones de las pruebas, el análisis genético también ha supuesto un punto de inflexión clave en algunas investigaciones criminales.
Un ejemplo son los casos de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes, que pudieron resolverse en gran parte gracias a la genética forense. Fue precisamente la coincidencia entre un mismo perfil genético de varón hallado en ambas escenas del crimen lo que condujo a la detención de un ciudadano británico con antecedentes penales, Tony Alexander King, y lo que provocó la liberación de Dolores Vázquez, condenada en septiembre de 2001 por un delito que no había cometido.
“Además de la importancia de las pruebas de ADN para exonerar inocentes, este caso puso de manifiesto la importancia de las bases de datos de ADN en la prevención de delitos graves”, comenta Alonso, quien lamenta que si en 1999 hubieran existido las bases de datos compartidas -como ocurre ahora-, el perfil hallado en la escena de Wanninkhof habría podido compararse con los registros de Scotland Yard -que ya tenían fichado a King-, lo que podría haber evitado el asesinato de Sonia Carabantes.
Desde su creación en 2007, la base de datos nacional de ADN de España ha registrado unos 357.000 perfiles con nombre y apellidos, además de otros 101.000 rastros cuya identidad no se ha podido verificar.
En total, se han notificado 13.967 coincidencias entre vestigios biológicos y personas sospechosas, detenidas o imputadas por un delito grave. Pero, además, los datos almacenados también han permitido relacionar diferentes delitos entre sí a través del emparejamiento de 9.582 perfiles de restos y han mostrado 16.695 coincidencias internacionales.
El avance experimentado por la genética forense en los últimos años también ha permitido la resolución de casos que parecían haber quedado en un dique seco, como el de Eva Blanco, asesinada en Algete (Madrid) en 1997.
La investigación se cerró en 2015 gracias al fenotipado forense, una técnica novedosa que puede ser muy útil “como testigo biológico”, tal como explicó Ángel Carracedo, catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Santiago de Compostela durante la presentación de la guía.
“Aunque no permiten hacer un retrato robot”, estas técnicas ya están haciendo posible predecir el color de piel, el pelo y los ojos, así como la ascendencia de un individuo, lo que hace posible acotar las búsquedas, señaló Carracedo.
En el caso de Blanco, el análisis del perfil del agresor reveló que probablemente tenía un origen norteafricano, así que los investigadores centraron la investigación en hombres con estas características que residían en la zona en el año del asesinato. Tomaron muestras de 300 voluntarios, lo que les llevó al culpable -hermano de uno de ellos- que fue detenido, pero fue encontrado muerto en su celda antes de que se celebrara el juicio.
“El avance logrado es enorme. Cuando yo empecé en este campo, ni siquiera se podían leer las letras del libro de la vida que es el ADN”, señaló Carracedo.
Pero ese constante crecimiento, la posibilidad de que las pruebas sean cada vez más sensibles también abre la puerta a nuevos errores y problemas de interpretación. “Necesitamos que jueces, fiscales, médicos y todos quienes tienen que tomar decisiones relacionadas con estas pruebas sepan en realidad qué pueden aportar y cuáles son sus limitaciones”, añade Alonso.
“Esto es una ciencia”, zanja. La imaginería que han dejado detrás las series, sólo ficción.
Más datos
- El 99,9% de nuestro ADN es idéntico al del resto de seres humanos. Es el 0,1 restante el que nos diferencia como individuos.
- Antes del año 2.000 no podía generarse un perfil de ADN si la muestra biológica no tenía al menos el tamaño de una moneda de un céntimo. Hoy, puede obtenerse un perfil con sólo ocho células humanas.
- Para obtener un perfil completo, los investigadores analizan al menos 15 marcadores genéticos, más un marcador de sexo.
- La probabilidad de que estos 15 marcadoras coincidan de forma fortuita es minúscula, en torno a uno en 100.000 billones.
- Una vez que se ha mostrado una coincidencia, ya sea total o parcial, se puede calcular el valor estadístico de las pruebas disponibles.